Todavía en el paradigma de la Ilustración

El cuidado de sí como la ética posibilitadora de la autonomía perteneciente al proyecto de la Ilustración

El hombre moderno inició la prometeica tarea de volverse autónomo mediante el proyecto ilustrado por ser una actitud filosófica y ética que requiere del cuidado del individuo como individuo libre.

A pesar de que podamos pensar que la Ilustración es un periodo de la historia de Occidente, como si fuera una época ya pasada que nada tiene que ver con el siglo XXI, muy al contrario debemos señalar que es una actitud ante la vida que consiste en mantener una postura crítica con todos aquellos acontecimientos que suceden a lo largo de la existencia haciendo uso del libre pensamiento de los individuos.
Kant, en su famoso texto ¿Qué es la Ilustración?[i], definió dicha actitud como la salida de la humanidad de su minoría de edad, la cual consistiría en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, siendo uno mismo el culpable de ello cuando es causado por falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él. Por ello pronunció muy rotundamente la locución latina ¡Sapere aude!, es decir, ¡Ten valor de servirte de tu propio pensamiento! En definitiva, estaríamos hablando de la incesante lucha por la autonomía del individuo y sus libertades ante todo poder heterónomo, ya sea de otro individuo o colectivo.
Me interesa señalar que tal actitud no pertenece a un lugar y un momento determinado de la historia de Occidente, sino que, lejos de ello, concierne a una actitud ante la vida, como un proyecto de calado filosófico que se extiende hasta nuestros días, porque es el proyecto que nos insta a pensar por nosotros mismos, pero también el que pone sendas vías para que pueda realizarse. Tal actitud penetró todos los tejidos del humano, tanto culturales y artísticos, como políticos y científicos, hasta hacer una honda mella que llevó a toda Europa a mantener constantemente una ardua tarea de emancipación de cualquier saber de todo poder absoluto, así como la lucha de la emancipación del ser humano de cualquier soberano ajeno al individuo mismo. De alguna manera, podríamos decir que nosotros, como seres humanos y ciudadanos de Estados de Derecho, somos el producto de tal revolución del pensamiento en la medida en que, utilizando el lenguaje de Thomas Kuhn, pertenecemos al paradigma ilustrado: nuestra finalidad como seres libres consistirá, en última instancia, en emanciparnos de todo poder heterónomo que interceda en el ejercicio de nuestra propia autonomía, porque de lo contrario no actuaríamos como seres libres, sino como seres sujetos a voluntades externas. Por ello me gustaría hablar sobre la importancia del cuidado de sí, propuesta ética que puede ser extendida más allá de sí misma hacia otras disciplinas, ya sean políticas, estéticas, científicas así como de cualquier calado cultural, pero que sobre todo radicaría en una actitud filosófica para con la relación de la existencia cotidiana.
Foucault, uno de los pensadores más importantes de la iniciativa del proyecto ético del cuidado de sí, la definió como el preocuparse del modo de relacionarse con la existencia y el mundo circundante, tanto a nivel intelectual como cotidiano, alejándose de la vieja tradición que rezaba conocerse a sí mismo. Tal interés ético derivaría del proyecto ilustrado en la medida en que si la finalidad de la Ilustración radica en alcanzar una actitud crítica para con la vida utilizando el propio entendimiento, entonces es necesario, no sólo conocer cuanto nos rodea, sino ser capaces de atrevernos a pensar por nosotros mismos y, consiguientemente, preocuparnos de nuestro modo de desplegarnos ante la vida: estamos hablando de la preocupación de cómo queremos vivir. En definitiva, el cuidado de sí consistiría en un estar constantemente atentos a nuestros modos de relación con la existencia de nuestra propia cotidianidad, hasta el punto de ser plenamente conscientes de nuestras propias decisiones, las cuales son determinantes para nuestra propia vida. Para ello hay que entender que, como ya dijo Nietzsche, Dios ha muerto, o lo que es lo mismo, que ahora sabemos que cada ser humano tiene la capacidad de interpretar el mundo desde sus ojos: la verdad última de las cosas no existe, no hay una verdad absoluta y total, sino que la verdad es sólo una interpretación que se impone sobre las otras, y por lo tanto, lejos de ser algo atemporal, lo es siempre desde un punto de vista, como bien señaló Ortega y Gasset. De alguna manera, estaría afirmando que todos somos poetas, artistas creadores de nuestra propia existencia y del modo de vivirla. Sin embargo, lo importante no es serlo, ya que esto es nuestra capacidad en la medida en que todos somos capaces de interpretar, sino que lo interesante será hacer de dicha capacidad inventiva algo autónomo y no heterónomo. De ahí que el descuido de sí signifique lo mismo que el despreocuparse de los modos de relación, es decir, dar paso a la venta de nuestro libre pensamiento y, en consecuencia, dar pie a la posibilidad de someter nuestras libertades a voluntades externas de uno mismo. Tal abandono, contrario al propio proyecto ilustrado, permitiría la esclavización del pensamiento y, por lo tanto, la interrupción de la autonomía del individuo, quedando en vano toda la lucha histórica por la libertad, así como todo libre pensamiento posible desde cualquier parcela de la realidad.
Por ello puedo decir que el descuido de sí es la “enfermedad” capaz de destruir al individuo en la medida en que entorpece el ejercicio de su autonomía, pudiendo desencadenar una epidemia destructora del colectivo. Consiguientemente, tal actitud de libertad ética debe ser tomada por cada individuo como un querer cuidar de sí mismo, un querer preocuparse del modo de vida que se quiere llevar. Haciendo una clara referencia estética, el descuido de sí ha posibilitado que aquello que se conoce como “capitalismo” haya absorbido cada uno de los espacios de nuestra cotidianidad hasta ofrecernos modos de vida externos a nuestra propia capacidad de pensar y, en consecuencia, de interpretar: estamos hablando, por ejemplo, de la venta de modos de relaciones sexuales, modos de disfrutar las vacaciones, modos decorar nuestras viviendas, modos de vestirnos, etc., en definitiva, modos de vida construidas en serie que se ocultan bajo la máscara de algo particular que un cliente compra para su propio uso como si fuera exclusivo, cuando en realidad se trata de una homogeneización de los modos de relación y, por lo tanto, un descuido hacia lo cotidiano por parte del individuo. Haciendo una analogía con el pensamiento de Adorno, el enigma del ser queda resuelto al venderse a la producción y al consumo de modos de vida ya prefabricados. Romper con dicha tendencia supondrá, entonces, encauzar la revolución que ya en el siglo XVIII empezó a gestarse desde las esferas intelectuales y llevar a cabo el proyecto ilustrado. Hoy, en el siglo XXI, tal revolución está al alcance de los ciudadanos en la medida en que tenemos libertad de expresión: ahora hay que conseguir nuestra libertad de pensamiento y emanciparnos de todo poder que quiera coartarlo.   





[i] «La ilustración consiste en le hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro.¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración». KANT, I.: Filosofía de la historia. Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración? Editorial Terramar, La Plata, 2004, pág.: 33.